
Chile se encuentra hoy en un momento clave de su historia. El próximo 4 de septiembre, los aproximadamente 19 millones de habitantes del país votarán en referéndum un proyecto de nueva Constitución socialmente progresista que pretende dar vuelta definitivamente a la página pinochetista. Al momento de escribir estas líneas, las encuestas anuncian un rechazo al texto.
Para comprender esta secuencia política crucial, es necesario volver a tres grandes hechos interconectados: movilizaciones sociales masivas del año 2019; el lanzamiento en 2020 de un proceso de reforma constitucional ; y la elección en 2021 de un presidente de centro izquierda quien había sido una de las figuras emblemáticas de las protestas sociales de la última década.
De la pseudoteoría del goteo a la “explosión social” de 2019
En los últimos años, gran parte de la sociedad chilena ha buscado desesperadamente una alternativa al legado dictatorial de Augusto Pinochet plasmado en la Constitución de 1980 -aunque haya sido reformada en varias ocasiones- y, más allá, en el actual modelo de sociedad.
Cuando el El general Pinochet tomó el poder en 1973, pretende transformar en profundidad la sociedad para eliminar todo rastro de reformismo progresista, dándole un "Estado subsidiario" cuyo papel se reduce a intervenir sólo de forma temporal en sectores económicos, donde la iniciativa privada no puede hacerlo por los límites propios de la misma o por la baja rentabilidad de la actividad. Instaura un sistema neoliberal que otorga un lugar central a los mercados, las privatizaciones y los grandes grupos económicos, débilmente gravados. Este modelo se basa en el teoría del goteo quien considera que si se dan las condiciones para permitir la prosperidad de las grandes fortunas y empresas, el resto de la sociedad se beneficiará a largo plazo.
Aunque las nuevas medidas económicas están provocando un rápido crecimiento, las desigualdades sociales se están ampliando debido a la desigual redistribución de la riqueza. Aún hoy, el 1% de la población posee más de la cuarta parte del PIB, lo que convierte a Chile uno de los estados más desiguales de los 34 que componen la OCDE. Además, el Estado deja al sector privado la gestión de los sistemas de pensiones, salud y educación, lo que agrava aún más las desigualdades.
A pesar del retorno de la democracia en 1990, la Gobiernos concertados (alianza de partidos de centro e izquierda que dominaron la vida política del país de 1990 a 2010) no modifican las bases socioeconómicas heredadas de la dictadura.
A partir de la década de 1990, los sindicatos organizaron huelgas y exigieron mejores condiciones salariales. Luego, durante las décadas de 2000 y 2010, los jóvenes se movilizaron para exigir una educación gratuita y de calidad. Todas estas demandas conducen a un movimiento más grande conocido como " explosión social ". Desde octubre de 2019 hasta marzo de 2020, las manifestaciones se extendieron por todas las regiones de Chile, amenazando con sacudir al gobierno de derecha de Sebastián Piñera (liberal de derecha, presidente de 2010 a 2014 y luego de 2018 a 2022).
La puesta en marcha del proceso constitucional
Para evitar la caída, Piñera acepta una de las demandas clave del movimiento: lanzar un proceso que pretenda reemplazar la Constitución de 1980.
El 26 de octubre de 2020 se organiza un referéndum. La población chilena confirmado al 78% su aspiración a un nuevo pacto social y elige unos meses después una Asamblea Constituyente de 155 miembros. Esta Asamblea Constituyente, que incluye igual número de mujeres (77) y hombres (77) y un presidente, está dominada por la izquierda y miembros de varios movimientos sociales, y reserva 17 escaños para representantes del "pueblo originario" de Chile, es decir a los pueblos y culturas asentados en el actual territorio de Chile antes de la llegada en el siglo XVIe siglo de los colonizadores europeos. Las obras comienzan en julio de 2021.
Diez meses después, un texto constitucional propuesto está archivado.
El texto se centra en los derechos sociales de los grupos marginados (mujeres, indígenas, discapacitados) y aspira a garantizar derechos universales relacionados con la libertad de expresión, la protección del medio ambiente, el acceso al agua ya la salud.
En cuanto a los derechos de las mujeres, el texto garantiza el derecho al aborto sin restricciones y establece la paridad de género en todos los poderes y administraciones públicas.
En términos de derechos ambientales, esto significa garantizar la protección y el acceso a los recursos tierra, agua y aire del país. El derecho al acceso equitativo al agua está garantizado para todos, mientras Pinochet había privatizado por completo este recurso.
En temas sociales, la carta propone el establecimiento de un sistema de salud pública y un sistema educativo nacional. También prevé crear un estado plurinacional que otorgue a las comunidades indígenas garantías territoriales y reconocimiento cultural y lingüístico.
Se propone descentralizar el Estado para dar más autonomía a las regiones y sustituir el Senado por una Cámara de Regiones. También se prevé el pluralismo legal para permitir que las comunidades indígenas tengan su propio sistema judicial. En definitiva, se trata de un texto progresista, ambicioso y maximalista compuesto por 388 artículos; que lo convertiría, en caso de adoptarse, en el constitución más larga del mundo.
Lucha de brazos entre el viejo y el nuevo Chile
En plena negociación del nuevo texto, Chile enfrenta otro tema fundamental: la conquista del poder presidencial. La segunda vuelta de las elecciones presidenciales, a finales de 2021, enfrenta a dos candidatos de partidos no tradicionales con proyectos sociales diametralmente opuestos.
Antonio Kast, abogado y empresario, fundador del Partido Republicano (extrema derecha), nostálgico de Pinochet y opuesto a la aprobación de una nueva Constitución, realiza campañas sobre el tema de la seguridad, el orden, la represión del crimen y la lucha contra la inmigración. Cree que el aborto debe estar prohibido en todas las circunstancias, apoya la reducción del impuesto de sociedades y defiende la previsión social encomendada al sector privado.
Frente a él, Gabriel Boric, exlíder estudiantil del movimiento de 2011, antipinochetista, antineoliberal, comprometido en el levantamiento de 2019 y ferviente defensor de la redacción de una nueva Carta. Se encuentra a la cabeza de la coalición. Aprobación de dignidad compuesta por partidos políticos de izquierda y extrema izquierda y apoyada por varias organizaciones y movimientos sociales progresistas (feministas, ecologistas). Este propone la creación de un estado de bienestar que establecerá un sistema público de pensiones, un ambicioso sistema nacional de salud y un sistema de educación pública de calidad. Su programa también anuncia una reforma fiscal encaminada a aumentar el impuesto a las grandes fortunas y grandes empresas; finalmente, Boric se hace pasar por un defensor de los derechos de los trabajadores, los pueblos indígenas, las mujeres, la comunidad LGBT+ y la ecología.
🇨🇱 🗳️ El candidato de extrema derecha, José Antonio Kast, y el candidato de izquierda, Gabriel Boric, que se enfrentan este domingo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Chile, representan dos modelos políticos en las antípodas ⤵️ #AFP #AFPGraphics pic.twitter.com/bBQ8Djd1GR
- Agencia France Presse (@afpfr) 18 de diciembre de 2021
El contexto de demandas sociales en 2019, la pérdida de legitimidad de los partidos tradicionales así como la movilización de jóvenes y movimientos feministas favorecieron a Boric, quien ganó las elecciones presidenciales con el 56% de los votos, una puntuación nunca antes alcanzada. Al designarlo, la mayoría de los chilenos cree haber votado por un cambio radical en el modelo de sociedad y, por tanto, por el abandono definitivo del legado del pinochetismo.
De la euforia al desencanto
La luna de miel dura poco: pocas semanas después de su inducción, Boric ve a su caída de la tasa de popularidad. Si su elección había despertado grandes expectativas entre la población, varios factores provocarán rápidamente grandes decepciones.
Primo, la moderación de su discurso sobre el ritmo de las reformas sociales a adoptar: mientras parte del electorado espera avances rápidos en materia de justicia social, Boric opta por reformas graduales.
Segundo, las promesas del nuevo presidente a los mercados financieros decepcionaron a parte de su electorado: el nombramiento de Mario Marcel al frente del Ministerio de Hacienda se interpreta como una señal favorable a la preservación de la disciplina presupuestaria, que, para algunos, corre el riesgo de obstaculizar las reformas socioeconómicas anunciadas.
en tercer lugar, durante su campaña, Boric se había opuesto enérgicamente al despliegue del ejército en el sur, un despliegue ordenado por Sebastián Piñera, quien había enviado a los militares para intervenir entre los comunidad mapuche y las empresas madereras, a las que los mapuches han criticado durante años, a veces con violencia, por apoderarse de sus tierras ancestrales. Tras su elección, Boric había retirado a los soldados de parte del sur del país. Pero recientemente anunció su regreso a esta zona, lo que provocó que algunos de sus seguidores lo acusaran de haber traicionó sus promesas.
🇨🇱 Desde hace dos siglos, un conflicto opone la #mapuche al estado chileno. La comunidad indígena ha advertido al recién electo presidente: la lucha por recuperar sus tierras seguirá, y a través de la violencia si es necesario ⬇https://t.co/XBU0xuREai pic.twitter.com/GCMOmdFCqg
— ARTE Información (@ARTEInfo) Enero
En realidad, Boric se enfrenta al ejercicio del poder: dado que no posee ninguna mayoría en ninguna Cámara (las próximas elecciones parlamentarias no serán hasta 2025), se ve obligado a buscar alianzas y, por ello, despierta la sensación de que su política no será tan reformadora como anuncia.
La decepción con el gobierno se ve amplificada por la Difícil situación económica del país. y un aumento de la inflación provocado por la pandemia y la guerra en Ucrania.
Entender el desvanecimiento del entusiasmo por una nueva Carta
La popularidad de Boric también se vio afectada por la pérdida de apoyo al proyecto de Constitución. En los últimos meses, las encuestas pronostican la victoria del no en el referéndum. Varios factores explican este cambio en la opinión pública.
Primero el campaña de rechazo liderada por los sectores conservadores de la sociedad iniciada desde el inicio del proceso constituyente ha surtido efecto.
Además, los desacuerdos y las fuertes tensiones que acompañaron los debates dieron la imagen de una Asamblea Constituyente marcada por el caos y la polarización.
A esto se suma el déficit de comunicación de los constituyentes. Durante el trabajo, se discutieron muchas propuestas. Algunas fueron rápidamente rechazadas por considerarlas demasiado radicales, por ejemplo la atribución de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial del Estado a una asamblea plurinacional de trabajadores y pueblos, o la estatización de las cajas de pensiones o de todas las empresas mineras. Pero la población no siempre ha sido capaz de "separar el trigo de la paja" y tiende a considerar que el texto recoge todas las propuestas discutidas, incluidas las que no fueron retenidas.
Además, disposiciones previstas en el texto como el surgimiento del "pluralismo judicial" (es decir, la posibilidad de que las comunidades indígenas tengan acceso a la justicia que tenga en cuenta las costumbres, tradiciones, protocolos y sistemas normativos de las comunidades indígenas) y la descentralización del estado despiertan verdaderos temores.
Y esto, tanto más cuanto que el campaña de desinformación realizada en las redes sociales por la extrema derecha, que afirma en particular que la aprobación del texto supondría un cambio de bandera nacional, himno nacional e incluso el nombre del país, ha surtido efecto.
Las consecuencias de un rechazo
Por tanto, el 4 de septiembre sabremos si se ha adoptado la nueva Constitución. En esta etapa, parece que es muy probable que el texto sea rechazado, lo que tendrá varias consecuencias.
Primero, manteniendo la Constitución vigente y su modelo neoliberal.
Luego, una profunda decepción de los movimientos sociales, que redundará en reavivar el descontento social en el país.
Finalmente, también sería un fracaso para el presidente Boric, cuyo capital político depende en gran medida de la adopción del proyecto, de lo contrario, probablemente no podrá llevar a cabo las ambiciosas reformas sociales para las que fue elegido.
Sebastián Santander, Catedrático, Ciencias Políticas/Relaciones Internacionales, Université de Liège
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